domingo, 29 de agosto de 2010

Rivalidad en una misma sociedad

Este entrampamiento encasilla a los diversos grupos que conforman la sociedad peruana en un círculo vicioso marcado por la frustración, el agravio y la violencia.

 
Dicha tensión puede ser fácilmente observada en la vida cotidiana, en el tráfico callejero de las grandes ciudades, por ejemplo, en donde los insultos racistas son los predilectos en el repertorio de los conductores que se engarzan en ese caótico y anónimo espacio público que nos une y nos separa tan gráficamente. Si esos insultos son tan frecuentes, ello se debe a que son los más hirientes. Y si son los que más hieren, entonces es lógico suponer que se encuentran profundamente enraizados en el narcisismo y en los intercambios intersubjetivos de los peruanos.

No es tampoco suficiente “cholificar” el paisaje urbano para erradicar el racismo, pues este continúa viviendo en un incesante proceso de autoreconstrucción que podría ilustrarse mediante la vieja metáfora de las cabezas de la hidra, en donde los propios migrantes suelen ser los protagonistas de esa reconvención de antiguas estructuras coloniales y aristocráticas, tal como hemos visto.

 
Por otro lado, la discriminación no es tan solo un asunto de blancos patucos contra cholos, serranos, asiáticos o negros. Esta se produce en diferentes niveles y conjugaciones, existiendo, incluso, un racismo antiblanco, es decir, un conquistador, un extirpador de idolatrías o un corregidor, todas formas de violencia antiindios.

 
Los radicales en cambio son los nacionalistas étnicos, consideran que el país debería ser manejado por gente “chola” o me mestiza, piensan que se debe cerrar o minimizar la relación con los extranjeros, que hay empresas “estratégicas” que deben ser nacionalizadas y tienen una fuerte desconfianza hacia países con los que históricamente se ha tenido conflictos.

Tomando en cuenta todo lo anterior, no se ve cómo se le puede considerar en racismo como un arcaísmo intolerable. Antes bien, se le encuentran en ambos extremos del espectro. Porque si bien los orígenes del racismo son efectivamente arcaicos, es decir, que se encuentran en la fundación de nuestra sociedad y recorren sus transformaciones sucesivas, tal como lo hemos visto, su vigencia actual es incuestionable.

 
Incluso podría hipotetizarse que la presencia del racismo es tan constante en nuestra historia, que resulta factible considerarlo como uno de los ingredientes mas característicos de nuestro lazo social.

 
En el mismo diario El comercio, desarrollando una argumentación persuasiva en pro de una ruptura con ese convencionalismo publicitario que, en suma, el pretexto de marketing, perpetúa patrones estéticos racistas. Su argumentación es tan convincente, particularmente viniendo de alguien de adentro, que vale la pena repetirla.

 
Sin embargo, esta deseabilidad y aspiracionalidad no está sustentada y más bien hay tres aspectos que la ponen en duda. El primero es que no se ha probado que la mayoría de peruanos queremos ser castaños o de ojos claros, y, por el contrario nuestros trabajos muestran que en Lima solamente el 12% de la población se autodenomina blanca,(aunque por observación solamente el 8% lo sea), mientras que el 88% restante se denomina (sin ocultarlo) como mestiza, andina, negra o asiática. En otras palabras, solamente un 4% de los limeños aspiran a ser blancos sin serlo.

El segundo reparo a la teoría de la aspiracionalidad es que algunos estudios encuentran que a veces esos mensajes “aspiracionales” son contraproducentes, pues se origina un rechazo cuando los modelos son demasiado lejanos a lo que el público objetivo podría aspirar. En efecto, una típica ama de caso de rasgos andinos difícilmente podría imaginarse siendo como la modelo que usa los cosméticos de la publicidad, por más cantidad de esa marca que se ponga encima.

Finalmente, habría que ver si la posible tendencia de los peruanos a querer ser racialmente blancos, en lugar de ser un resultado natural, más bien se genera y refuerza por la instancia de la publicidad en mostrar que sus personajes deseables tienen rasgos muy diferentes a nuestra raza peruana. Esas cosas que pasan cuando uno viene a Lima y a los otros le tienden un espejo diferente.

Los afectos en juego, resentimiento, devaluación, envidia o idealización, asociados con la problemática de la vergüenza y la culpa, son de los que se escamotean porque ponen en riesgo el equilibrio narcisista en diversos planos. Pero esto reaparece una y otra vez en la vida diaria de los peruanos.

La discriminación nos es familiar. Nuestro pasado afecta directamente a los jóvenes: afianza la inclusión de algunos, y crea el auto rechazo en otros -“son frecuentes practicas el teñirse el pelo en las mujeres y raparse el cabello en los varones, ambos ocultan así el carácter lacio, propio de la raza andina”. Para no recaer en el rechazo al racismo tan explotado hasta el cansancio, lo dejaremos con el testimonio de una extranjera sobre el racismo en el Perú, con la esperanza de estimular su razonamiento y sembrar la curiosidad sobre quienes somos y, tal vez así generar un cambio.
 
Y si dichos apelativos son sentidos como insultos puesto que no lo son por denotación sino por connotación, y que por los tanto podrían ser considerados como meras descripciones de tipos de cabello, es porque acarrean una amenaza vivida como particularmente angustiosa y humillante: la de ser excluido del ámbito de los privilegios reservados a las personas que para ello deben acreditar tanto una posición socioeconómica como una experiencia física que pasen por el filtro del imaginario social.


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